Día de las Almas en el Valle Calchaquí

El Día de las Almas forma parte del calendario cultural ritual agrario: el Aya Marq’ay Killa (en aymara) es una de las festividades más importantes para el mundo andino, que cree en una fuerza vital que da vida y vive eternamente. No muere, se transforma.

Este ritual es un testimonio del vínculo profundo que existe entre los vivos y los muertos. Cada gesto y cada ofrenda es un homenaje a la vida y a la memoria, y una manifestación del lazo irrompible entre las generaciones pasadas y actuales dentro de la ritualidad andina.

Por la noche visité a Horacio y Pocha en su casa. Siempre me reciben como a uno más de la familia. Mate cocido y nos ponemos al día. Los conocí hace algunos años, celebrando y honrando a la Pachamama.

Pocha se veía cansada. Y claro, cocinó toda la semana con esmero, amor y respeto, asegurándose de que todas las almas fueran homenajeadas con sus comidas preferidas.

En la ritualidad andina, la mesa se prepara con todo lo que al difunto le gustaba para que esa esencia de vida, ese alma que regresa, que viene a visitar espiritualmente, pueda servirse y disfrutar de sus platos y bebidas favoritas. No faltan las ofrendas de panes amasados: deben ser dos, porque en el mundo andino todo es dual.

Después de disfrutar el mate cocido, me invitaron a una habitación que hasta ese momento habían mantenido cerrada. Para mi sorpresa, al final de la mesa, contra la pared, yacía una fotografía que yo había tomado años atrás.

Era el retrato de Hilaria, quien había fallecido hace unos meses. Un alma nueva, para la espiritualidad andina, que merece un lugar especial en la mesa.

Se cree que las almas caminan de casa en casa durante toda la noche del 1 de noviembre hasta el amanecer del día siguiente.

Horacio, en silencio y con un dejo de melancolía en la mirada, contemplaba la mesa y sus ofrendas. El vínculo tangible entre el mundo de los vivos y el de los muertos; la conexión indisoluble que existe entre las almas y quienes las amaron en vida.

Al día siguiente, después de la misa de los Santos Difuntos, las familias ingresan al cementerio, visitan, limpian y decoran las tumbas de sus seres queridos. Las ofrendas se reparten y se comparten entre la comunidad. También se invita a la gente a preparar y compartir la mesa en la mañana del 2 de noviembre, y otros lo hacen después de la misa.

Pocas veces vi tanta gente reunida en Cachi. Tal vez, en alguna fiesta patronal o en Semana Santa. Pero esta vez fue distinto y me conmovió.

Ya en el cementerio, me encontré con mi amiga Eufrosina. Estaba con sus hijas y nietos. Me invitaron con empanadillas y chicha. Terminé una empanadilla y de su pequeño bolso, Eufrosina sacó otra. ¿Me vio falto de olla? Con mi debilidad por lo dulce, no pude rechazarla.

En un momento le pregunté a Eufrosina de quién era la tumba sobre la que estaba sentado. Con su particular tono de voz, me respondió: “De mi mamá.” Y me convidó otra empanadilla.

En ese momento, supe que ya no había más fotos por tomar. Guardé la cámara y, junto a mi querida amiga, disfruté en familia de uno de los Rituales de los Andes más conmovedores y sentidos.

Estas fotografías forman parte de “Rituales Andinos en el Valle Calchaquí“, un trabajo de largo aliento que desarrollo desde 2015 hasta la actualidad.

© Nicolás Preci