Por los caminos de la Puna

Héctor Tizón escribió una vez: “La Puna no es sólo un desierto lunar cálido y frío, es una experiencia: allí se viven intensamente el silencio, la soledad, el desamparo. Y los seres humanos se miran a sí mismos como en un espejo, enfrentados a la razón de existir, a su destino más elemental.”

En la Puna uno se siente diminuto. Y, a veces, solo. Puede pasar mucho tiempo hasta encontrarse con alguien.

Entre nubes y senderos que a veces cuesta ver, llegué al puesto de Dante, que regresaba de los cerros con sus llamas.

En el corral, el sahumo ya estaba preparado. La familia se había reunido para celebrar la “Señalada”, el ritual ganadero andino más importante: se pide protección, multiplicación del ganado y se agradece a la Pachamama. Siempre se agradece.

Envuelto en su poncho, Dante señalaba a las llamas con chimpos y flores de lana. Luego, un poco de cerveza y hojas de coca sobre el lomo de los animales, que volvían entre los suyos, floreados y con algo de sangre.

Dante iba y venía alrededor del fuego. Había algo hipnótico en su andar meticuloso por el corral. Sus gestos transmitían cuidado y respeto. Una comunión silenciosa entre el hombre y su ganado.

Volviendo a las palabras de Tizón, aquí en la Puna, “el ser humano se mira como en un espejo, frente a la razón de existir, a su destino más básico”.

En mis primeros viajes sin rumbo definido, Susques se convirtió en una fuente de inspiración para ilustrar con pinceles lo que percibía durante mi andar cansado y curioso, apreciando la vida andina. Fueron los primeros pasos por nuestro Mayúsculo Continente.

Es un pequeño pueblo de la Puna jujeña, en el noroeste argentino. Y es alto. Muy alto: está ubicado a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar. A veces parece que se camina dentro de las nubes. Y se puede sufrir el mal de altura.

Punto de encuentro. Paso obligado. Susques está cerca del paso de Jama, que conecta Argentina con Chile. Varias veces hice dedo de ida y de vuelta, siempre bendecido por la Pachamama que nunca me hizo esperar demasiado.

Unas 3.000 personas viven en el llamado “Pórtico de los Andes”. La economía se basa principalmente en la producción de quinoa y la cría de llamas, actividades ancestrales de la región.

El clima es hostil y está marcado por la altitud. Las temperaturas son extremas, con inviernos muy fríos y veranos templados con tormentas colosales. En invierno, las temperaturas pueden caer considerablemente por debajo de cero, y la amplitud térmica diaria es significativa: días cálidos seguidos de noches gélidas. Y hace frío. Mucho.

Vastos paisajes de montañas nevadas, mesetas y salares abrazan el silencio. La flora tuvo que adaptarse a condiciones extremas, con plantas resistentes como el ichu (una variedad de pasto alto) y los cactus. La fauna también se adaptó: hay vicuñas, pumas y cóndores, entre muchos otros.

Veinte años después, con un andar curioso e igualmente cansino, y ya sin pinceles, Susques y la vida andina siguen inspirándome.

© Nicolás Preci